Comida de negocios, revisión del plan, planificación del evento a celebrar, detalles, convocatoria social, invitación, enfoque, catering, attrezzo, autoridades, prensa.... Y de repente hablamos de la oficina, los compañeros de trabajo y salta una confesión: "Como director general he de transmitirte que a menudo como con otros directores generales y tras hablar de economía, el sector, las asociaciones y otros asuntos saltamos a una conversación sincera, una que siempre se repite y que nos cuesta admitir: la soledad del directivo". Estamos solos en la oficina, tomamos decisiones en solitario, tememos tener que decidir duras opciones sin pestañear y sin poder consultar. O lo podemos hablar pero si no hay acuerdo, soy yo el que tengo que decidir. Así es, y así lo sentimos y solo cuando nos sentamos a hablar con otro directivo podemos entender que esa máscara que hemos aprendido a llevar, pesa, es incómodo y es antinatural.
¿Y sabes qué? - me dices. En el último año, quizás como consecuencia de acarrear durante tanto tiempo esa losa, cada mes he salido a comer con un directivo, a veces con algunos que no conocía. Les he llamado a puerta fría, me he presentado, soy fulanito de tal, director general de la gran empresa "xx" y quería invitarte a comer. Jamás me han rechazado una cita para comer y en todas y cada una de ellas ha llegado el momento de confesión, aquel en que hasta el más alto directivo asiente cuando hablo de "la soledad del jefe". Me he aficionado a estas comidas y cada vez me siento mas liberado. Es una terapia tonta, la de decir "al menos no soy el único", pero si alivia y reconforta.


